ES/SB 1.13.17: Difference between revisions

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«Ahora soy feliz; tengo todo en orden; tengo suficiente dinero en el banco; ahora puedo dejarles a mis hijos una buena fortuna; ahora he triunfado; los pobres sannyāsīs mendigos dependen de Dios, pero vienen a mí a pedirme limosna; por consiguiente, soy mejor que el Dios Supremo». Estos son algunos de los pensamientos que envuelven al hombre casado que está descabelladamente apegado y que no ve el paso del tiempo eterno. La duración de nuestra vida está medida, y nadie es capaz de alargarla ni siquiera un segundo más del tiempo programado que ha dispuesto la voluntad suprema. Ese valioso tiempo, especialmente en el caso del ser humano, debe ser empleado de un modo cauteloso, porque ni un segundo que pase imperceptiblemente puede ser reemplazado, ni siquiera a cambio de miles de monedas de oro acumuladas con una ardua labor. Cada segundo de la vida humana tiene por objeto que se le busque una solución final a los problemas de la vida, es decir, a los reiterados nacimientos y muertes y a la rotación en el ciclo de una variedad de 8 400 000 especies de vida. El cuerpo material, que está sujeto al nacimiento y la muerte, a las enfermedades y a la vejez, es la causa de todos los sufrimientos del ser viviente, pues, por lo demás, el ser viviente es eterno: nunca nace ni tampoco muere alguna vez. Las personas necias olvidan este problema. Ellas no saben en absoluto cómo resolver los problemas de la vida, pero se enfrascan en asuntos familiares temporales, sin saber que el tiempo eterno está pasando imperceptiblemente y que la limitada duración de sus vidas está disminuyendo cada segundo, sin ninguna solución al problema mayor, es decir, a los nacimientos y muertes repetidos, a las enfermedades y a la vejez. Eso se denomina ilusión.
«Ahora soy feliz; tengo todo en orden; tengo suficiente dinero en el banco; ahora puedo dejarles a mis hijos una buena fortuna; ahora he triunfado; los pobres ''sannyāsīs'' mendigos dependen de Dios, pero vienen a mí a pedirme limosna; por consiguiente, soy mejor que el Dios Supremo». Estos son algunos de los pensamientos que envuelven al hombre casado que está descabelladamente apegado y que no ve el paso del tiempo eterno. La duración de nuestra vida está medida, y nadie es capaz de alargarla ni siquiera un segundo más del tiempo programado que ha dispuesto la voluntad suprema. Ese valioso tiempo, especialmente en el caso del ser humano, debe ser empleado de un modo cauteloso, porque ni un segundo que pase imperceptiblemente puede ser reemplazado, ni siquiera a cambio de miles de monedas de oro acumuladas con una ardua labor. Cada segundo de la vida humana tiene por objeto que se le busque una solución final a los problemas de la vida, es decir, a los reiterados nacimientos y muertes y a la rotación en el ciclo de una variedad de 8 400 000 especies de vida. El cuerpo material, que está sujeto al nacimiento y la muerte, a las enfermedades y a la vejez, es la causa de todos los sufrimientos del ser viviente, pues, por lo demás, el ser viviente es eterno: nunca nace ni tampoco muere alguna vez. Las personas necias olvidan este problema. Ellas no saben en absoluto cómo resolver los problemas de la vida, pero se enfrascan en asuntos familiares temporales, sin saber que el tiempo eterno está pasando imperceptiblemente y que la limitada duración de sus vidas está disminuyendo cada segundo, sin ninguna solución al problema mayor, es decir, a los nacimientos y muertes repetidos, a las enfermedades y a la vejez. Eso se denomina ilusión.


Pero esa ilusión no puede actuar en alguien que esté despierto en el servicio devocional del Señor. Yudhiṣṭhira Mahārāja y sus hermanos los Pāṇḍavas estaban todos dedicados al servicio del Señor Kṛṣṇa, y tenían muy poca atracción por la felicidad ilusoria de este mundo material. Como hemos discutido con anterioridad, Mahārāja Yudhiṣṭhira estaba firmemente establecido en el servicio del Señor Mukunda (el Señor, quien puede conferir la salvación) y, por consiguiente, no sentía ninguna atracción ni siquiera por comodidades de la vida tales como las que hay disponibles en el reino del cielo, ya que incluso la felicidad que se obtiene en el planeta Brahmaloka es también temporal e ilusoria. Como el ser viviente es eterno, solo puede ser feliz en la morada eterna del Reino de Dios (paravyoma), de la cual nadie regresa a esta región de reiterados  nacimientos y muertes, enfermedades y vejez. De manera que cualquier comodidad de la vida o cualquier felicidad material que no garantice una vida eterna, no es más que una ilusión para el eterno ser viviente. Aquel que de hecho entiende esto es erudito, y esa clase de persona erudita puede sacrificar cualquier cantidad de felicidad material, para alcanzar la meta deseada que se conoce como brahma-sukham, o la felicidad absoluta. Los verdaderos trascendentalistas están hambrientos de esa felicidad, y así como a un hombre hambriento no se le puede hacer feliz con todas las comodidades de la vida pero sin comida, así mismo al hombre hambriento de la felicidad absoluta y eterna no se le puede satisfacer con ninguna cantidad de felicidad material. Por lo tanto, la instrucción que se da en este verso no se le puede aplicar a Mahārāja Yudhiṣṭhira, ni a sus hermanos, ni a su madre. La instrucción era para personas como Dhṛtarāṣṭra, por quien Vidura fue especialmente a impartir lecciones.
Pero esa ilusión no puede actuar en alguien que esté despierto en el servicio devocional del Señor. Yudhiṣṭhira Mahārāja y sus hermanos los Pāṇḍavas estaban todos dedicados al servicio del Señor Kṛṣṇa, y tenían muy poca atracción por la felicidad ilusoria de este mundo material. Como hemos discutido con anterioridad, Mahārāja Yudhiṣṭhira estaba firmemente establecido en el servicio del Señor Mukunda (el Señor, quien puede conferir la salvación) y, por consiguiente, no sentía ninguna atracción ni siquiera por comodidades de la vida tales como las que hay disponibles en el reino del cielo, ya que incluso la felicidad que se obtiene en el planeta Brahmaloka es también temporal e ilusoria. Como el ser viviente es eterno, solo puede ser feliz en la morada eterna del Reino de Dios (''paravyoma''), de la cual nadie regresa a esta región de reiterados  nacimientos y muertes, enfermedades y vejez. De manera que cualquier comodidad de la vida o cualquier felicidad material que no garantice una vida eterna, no es más que una ilusión para el eterno ser viviente. Aquel que de hecho entiende esto es erudito, y esa clase de persona erudita puede sacrificar cualquier cantidad de felicidad material, para alcanzar la meta deseada que se conoce como ''brahma-sukham'', o la felicidad absoluta. Los verdaderos trascendentalistas están hambrientos de esa felicidad, y así como a un hombre hambriento no se le puede hacer feliz con todas las comodidades de la vida pero sin comida, así mismo al hombre hambriento de la felicidad absoluta y eterna no se le puede satisfacer con ninguna cantidad de felicidad material. Por lo tanto, la instrucción que se da en este verso no se le puede aplicar a Mahārāja Yudhiṣṭhira, ni a sus hermanos, ni a su madre. La instrucción era para personas como Dhṛtarāṣṭra, por quien Vidura fue especialmente a impartir lecciones.
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Latest revision as of 19:32, 28 August 2024


Su Divina Gracia A. C. Bhaktivedanta Swami Prabhupada


TEXTO 17

evaṁ gṛheṣu saktānāṁ
pramattānāṁ tad-īhayā
atyakrāmad avijñātaḥ
kālaḥ parama-dustaraḥ


PALABRA POR PALABRA

evam—así pues; gṛheṣu—en los asuntos familiares; saktānām—de personas que están demasiado apegadas; pramattānām—apegadas de un modo descabellado; tat-īhayā—inmersas en esos pensamientos; atyakrāmat—superó; avijñātaḥ—imperceptiblemente; kālaḥ—el tiempo eterno; parama—supremamente; dustaraḥ—insuperable.


TRADUCCIÓN

El tiempo eterno e insuperable se apodera imperceptiblemente de aquellos que están demasiado apegados a los asuntos familiares y que siempre están absortos en ellos.


SIGNIFICADO

«Ahora soy feliz; tengo todo en orden; tengo suficiente dinero en el banco; ahora puedo dejarles a mis hijos una buena fortuna; ahora he triunfado; los pobres sannyāsīs mendigos dependen de Dios, pero vienen a mí a pedirme limosna; por consiguiente, soy mejor que el Dios Supremo». Estos son algunos de los pensamientos que envuelven al hombre casado que está descabelladamente apegado y que no ve el paso del tiempo eterno. La duración de nuestra vida está medida, y nadie es capaz de alargarla ni siquiera un segundo más del tiempo programado que ha dispuesto la voluntad suprema. Ese valioso tiempo, especialmente en el caso del ser humano, debe ser empleado de un modo cauteloso, porque ni un segundo que pase imperceptiblemente puede ser reemplazado, ni siquiera a cambio de miles de monedas de oro acumuladas con una ardua labor. Cada segundo de la vida humana tiene por objeto que se le busque una solución final a los problemas de la vida, es decir, a los reiterados nacimientos y muertes y a la rotación en el ciclo de una variedad de 8 400 000 especies de vida. El cuerpo material, que está sujeto al nacimiento y la muerte, a las enfermedades y a la vejez, es la causa de todos los sufrimientos del ser viviente, pues, por lo demás, el ser viviente es eterno: nunca nace ni tampoco muere alguna vez. Las personas necias olvidan este problema. Ellas no saben en absoluto cómo resolver los problemas de la vida, pero se enfrascan en asuntos familiares temporales, sin saber que el tiempo eterno está pasando imperceptiblemente y que la limitada duración de sus vidas está disminuyendo cada segundo, sin ninguna solución al problema mayor, es decir, a los nacimientos y muertes repetidos, a las enfermedades y a la vejez. Eso se denomina ilusión.

Pero esa ilusión no puede actuar en alguien que esté despierto en el servicio devocional del Señor. Yudhiṣṭhira Mahārāja y sus hermanos los Pāṇḍavas estaban todos dedicados al servicio del Señor Kṛṣṇa, y tenían muy poca atracción por la felicidad ilusoria de este mundo material. Como hemos discutido con anterioridad, Mahārāja Yudhiṣṭhira estaba firmemente establecido en el servicio del Señor Mukunda (el Señor, quien puede conferir la salvación) y, por consiguiente, no sentía ninguna atracción ni siquiera por comodidades de la vida tales como las que hay disponibles en el reino del cielo, ya que incluso la felicidad que se obtiene en el planeta Brahmaloka es también temporal e ilusoria. Como el ser viviente es eterno, solo puede ser feliz en la morada eterna del Reino de Dios (paravyoma), de la cual nadie regresa a esta región de reiterados nacimientos y muertes, enfermedades y vejez. De manera que cualquier comodidad de la vida o cualquier felicidad material que no garantice una vida eterna, no es más que una ilusión para el eterno ser viviente. Aquel que de hecho entiende esto es erudito, y esa clase de persona erudita puede sacrificar cualquier cantidad de felicidad material, para alcanzar la meta deseada que se conoce como brahma-sukham, o la felicidad absoluta. Los verdaderos trascendentalistas están hambrientos de esa felicidad, y así como a un hombre hambriento no se le puede hacer feliz con todas las comodidades de la vida pero sin comida, así mismo al hombre hambriento de la felicidad absoluta y eterna no se le puede satisfacer con ninguna cantidad de felicidad material. Por lo tanto, la instrucción que se da en este verso no se le puede aplicar a Mahārāja Yudhiṣṭhira, ni a sus hermanos, ni a su madre. La instrucción era para personas como Dhṛtarāṣṭra, por quien Vidura fue especialmente a impartir lecciones.