ES/SB 7.3 El resumen
Este capítulo cuenta que Hiraṇyakaśipu, en busca de beneficios materiales, llevó a cabo una austeridad muy rigurosa, con la que causó grandes sufrimientos en el universo. El propio Señor Brahmā, la principal personalidad del universo, llegó a perturbarse, y fue personalmente a ver la razón que llevaba a Hiraṇyakaśipu a practicar tan gran austeridad.
Hiraṇyakaśipu quería ser inmortal. Deseaba no ser vencido por nadie, no verse afectado por la vejez y las enfermedades, y que ningún enemigo le causase trastornos. Es decir, deseaba ser el gobernante absoluto de todo el universo. Con ese deseo, se dirigió al valle de la montaña Mandara y comenzó su rigurosa práctica de austeridades y meditación. Al ver que Hiraṇyakaśipu se había ido a ejecutar austeridades, los semidioses regresaron a sus respectivos hogares; sin embargo, mientras Hiraṇyakaśipu realizaba esas prácticas, de su cabeza comenzó a salir un fuego que afectaba al universo entero con todos sus habitantes, incluyendo a las aves, mamíferos y semidioses. Cuando la temperatura de todos los planetas, superiores e inferiores, fue demasiado elevada como para vivir en ellos, los perturbados semidioses salieron de sus moradas en los planetas superiores y fueron a ver al Señor Brahmā para rogarle que acabase con aquel calor innecesario. Los semidioses revelaron al Señor Brahmā la ambición de Hiraṇyakaśipu de alcanzar la inmortalidad y, de ese modo, superar la breve duración de su vida y convertirse en amo de todos los sistemas planetarios, Dhruvaloka incluido.
Después de conocer el objetivo de la austera meditación de Hiraṇyakaśipu, el Señor Brahmā, acompañado por el gran sabio Bhṛgu y grandes personalidades como Dakṣa, fue a ver a Hiraṇyakaśipu, y le salpicó la cabeza con agua de su kamaṇḍalu (un tipo de cántaro).
Hiraṇyakaśipu, el rey de los daityas, se postró ante el Señor Brahmā, el creador del universo, y le ofreció una y otra vez respetuosas reverencias y oraciones. Cuando el Señor Brahmā consintió en otorgarle sus bendiciones, Hiraṇyakaśipu pidió no ser matado por ninguna entidad viviente ni por ningún arma, ni en ningún lugar, cubierto o descubierto, ni de día ni de noche, ni sobre la tierra ni en el aire; pidió que ningún ser humano, animal, semidiós o entidad viviente de cualquier especie, viva o no viva, pudieran matarle. Finalmente, oró pidiendo la supremacía sobre el universo entero, y la obtención de las ocho perfecciones yóguicas, como aṇimā y laghimā.