ES/SB 6.2 El resumen
En este capítulo, los mensajeros de Vaikuṇṭha explican a los yamadūtas las glorias del canto del santo nombre del Señor. Los viṣṇudūtas dijeron: «Hoy en día se cometen actos impíos hasta en asambleas de devotos, pues la corte de Yamarāja se dispone a castigar a una persona que no merece castigo alguno. El pueblo está indefenso y tiene que depender de la seguridad y protección que el gobierno le ofrece, pero ¿a quién van a acudir si el gobierno se aprovecha de ello para hacerles daño? Ustedes tratan de llevar a Ajāmila ante Yamarāja para castigarlo, pero para nosotros está perfectamente claro que no se le debe castigar».
Ajāmila no debía ser castigado, pues había glorificado el santo nombre del Señor Supremo. Esto lo explicaron los viṣṇudūtas con las siguiente palabras: «Por el simple hecho de cantar una vez el santo nombre de Nārāyaṇa, este brāhmaṇa ha quedado libre de las reacciones de la vida pecaminosa. No solo se ha liberado de los pecados de esta vida, sino de los de muchísimos miles de vidas anteriores. Ya ha expiado todos sus actos pecaminosos. El que se somete a expiación siguiendo las directrices de los śāstras, no se libera realmente de las reacciones pecaminosas, pero a quien canta el santo nombre del Señor, le basta un débil reflejo de ese canto para liberarse de todos los pecados. El canto de las glorias del santo nombre del Señor invoca toda buena fortuna. Por lo tanto, no cabe la menor duda de que Ajāmila, al estar completamente libre de reacciones pecaminosas, no debe recibir el castigo de Yamarāja».
Al tiempo que decían esto, los viṣṇudūtas liberaron a Ajāmila de las cuerdas de los yamadūtas y partieron hacia su morada. El brāhmaṇa Ajāmila les ofreció respetuosas reverencias. Vio lo afortunado que había sido al cantar el santo nombre de Nārāyaṇa al final de la vida. Se dió perfecta cuenta de la magnitud de su buena fortuna. Ajāmila asimiló perfectamente las palabras de los yamadūtas y los viṣṇudūtas, y a partir de entonces fue un devoto puro de la Suprema Personalidad de Dios. Se lamentó mucho de haber sido tan gran pecador, y se culpaba una y otra vez.
Finalmente, debido a su contacto con los viṣṇudūtas, Ajāmila vió despertar su estado original de conciencia, lo abandonó todo, y se marchó a Hardwar, donde se ocupó sin desviación en servicio devocional, pensando siempre en la Suprema Personalidad de Dios. Los viṣṇudūtas fueron a buscarlo, lo sentaron en un trono de oro y lo llevaron de regreso a Vaikuṇṭhaloka.
En resumen, el pecaminoso Ajāmila cantó el santo nombre de Nārāyaṇa con la intención de llamar a su hijo, pero ese canto de nivel preliminar, nāmābhāsa, fue suficiente para darle la liberación. Por lo tanto, aquel que canta el santo nombre del Señor con fe y devoción es realmente glorioso, y estará protegido incluso en la vida material condicionada.