ES/SB 7.8: El Señor Nrsimhadeva mata al rey de los demonios
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Texto 7.8.1: Nārada Muni continuó: Todos los hijos de los demonios apreciaron las instrucciones trascendentales de Prahlāda Mahārāja y las tomaron muy en serio, rechazando las instrucciones materialistas de sus maestros, Ṣaṇḍa y Amarka.
Texto 7.8.2: Ṣaṇḍa y Amarka, los hijos de Śukrācārya, se dieron cuenta de que, con la compañía de Prahlāda Mahārāja, todos sus alumnos, los hijos de los demonios, se estaban volviendo conscientes de Kṛṣṇa. Muy asustados, fueron a ver al rey de los demonios y le expusieron claramente la situación.
Texto 7.8.3-4: Al enterarse de lo que estaba ocurriendo, Hiraṇyakaśipu se puso tan terriblemente furioso que todo el cuerpo le temblaba. Entonces tomó la decisión de matar a su hijo Prahlāda. Hiraṇyakaśipu era muy cruel por naturaleza, y, sintiéndose insultado, siseaba como una serpiente que ha sido pisada por alguien. Su hijo Prahlāda, pacífico, manso, amable, con los sentidos perfectamente controlados, permanecía ante él con las manos juntas. Por su edad y por su comportamiento, Prahlāda no merecía ningún castigo, pero Hiraṇyakaśipu, clavando en él sus malvados ojos, le riñó con ásperas palabras.
Texto 7.8.5: Hiraṇyakaśipu dijo: ¡Oh, desvergonzado!, eres el menos inteligente, el más bajo de los hombres, la destrucción de la familia, un necio obstinado que has pasado por alto la autoridad que tengo sobre ti. Hoy te voy a enviar con Yamarāja.
Texto 7.8.6: Prahlāda, hijo sinvergüenza, sabes que cuando yo me enfado tiemblan todos los planetas de los tres mundos con sus respectivos gobernantes, pero tú pareces no tenerme miedo y pasas por alto mi autoridad sobre ti. ¿Quién ha dado ese poder a un insolente sinvergüenza como tú?
Texto 7.8.7: Prahlāda Mahārāja dijo: Mi querido rey, como me lo preguntas, te diré que mi fuerza tiene la misma fuente que la tuya. En verdad, todos los tipos de fuerza vienen de una misma fuente original. Él no solo es tu fuerza o la mía, sino la fuerza única de todos, y sin Él nadie puede tener ninguna fuerza. Todos los seres, móviles o inmóviles, superiores o inferiores, hasta el Señor Brahmā, están bajo el control de la fuerza de la Suprema Personalidad de Dios.
Texto 7.8.8: La Suprema Personalidad de Dios, que es el controlador supremo y el factor tiempo, es el poder de los sentidos, de la mente y del cuerpo, así como la fuerza vital de los sentidos. Su influencia es ilimitada. Él es la mejor de todas las entidades vivientes, el controlador de las tres modalidades de la naturaleza material. Con Su propio poder, crea la manifestación cósmica, la mantiene y también la destruye.
Texto 7.8.9: Prahlāda Mahārāja continuó: Mi querido padre, por favor, abandona tu mentalidad demoníaca. Deja de hacer diferencias entre amigos y enemigos en tu corazón; ten una mente ecuánime con todos. En este mundo, el único enemigo es la mente cuando está desviada y fuera de control. Cuando vemos a todos los seres en un plano de igualdad, llegamos al nivel de adorar al Señor perfectamente.
Texto 7.8.10: En el pasado hubo muchos necios como tú, que no vencieron a los seis enemigos que roban la riqueza del cuerpo. Esos necios estaban muy orgullosos, pensando: «Hoy he vencido a todos los enemigos en las diez direcciones». Pero aquel que logra la victoria sobre los seis enemigos y se muestra ecuánime con todas las entidades vivientes no tiene enemigos. Los enemigos no son más que imaginaciones de las personas influenciadas por la ignorancia.
Texto 7.8.11: Hiraṇyakaśipu contestó: Tú, sinvergüenza, estás tratando de minimizar mi valor, como si fueses mejor que yo en control de los sentidos. Te crees muy inteligente. Por eso, puedo entender que deseas morir en mis manos, pues esa clase de necedades solo las dice alguien que está a punto de morir.
Texto 7.8.12: ¡Oh, desafortunado Prahlāda!, siempre estás hablando de un ser supremo que no soy yo, un ser supremo que está por encima de todo, que es el controlador de todos y está en todas partes. Pero, ¿dónde está? Si está en todas partes, ¿por qué no está presente ante mí, en esta columna?
Texto 7.8.13: Estás diciendo tantas tonterías que te voy a cortar la cabeza. Ya veremos si viene a protegerte tu adorable Dios. Me gustaría verlo.
Texto 7.8.14: Ciego de ira, Hiraṇyakaśipu, cuya fuerza física era enorme, riñó a su hijo, el excelso devoto Prahlāda, con gran aspereza. Sin dejar de maldecirle, tomó su espada, se levantó del trono real, y, con muchísima rabia, golpeó la columna con el puño.
Texto 7.8.15: Entonces de la columna salió un sonido aterrador que parecía querer romper la cubierta del universo. ¡Oh, mi querido Yudhiṣṭhira!, aquel sonido llegó incluso a las moradas del Señor Brahmā y otros semidioses, quienes, al escucharlo, pensaron: «¡Oh, nuestros planetas van a ser destruidos!».
Texto 7.8.16: Mientras mostraba su extraordinario poder, Hiraṇyakaśipu, que deseaba matar a su hijo, escuchó aquel sonido atronador y maravilloso, que nunca antes se había escuchado. Al oírlo, los demás líderes de los demonios se asustaron. Ninguno de ellos supo determinar de dónde procedía.
Texto 7.8.17: Para probar que la afirmación de Su sirviente Prahlāda Mahārāja tenía fundamento, o, en otras palabras, para probar que el Señor Supremo está en todas partes, incluso dentro de la columna de una sala de asambleas, la Suprema Personalidad de Dios, Hari, manifestó una forma maravillosa, nunca vista hasta entonces. No era ni un hombre ni un león. Con aquella maravillosa forma, el Señor apareció en la sala de asambleas.
Texto 7.8.18: Mientras Hiraṇyakaśipu miraba a su alrededor en busca de la fuente del sonido, aquella maravillosa forma del Señor, de la que no sabría decirse si era hombre o león, emergió de la columna. Lleno de asombro, Hiraṇyakaśipu se preguntaba: «¿Qué criatura es esta, mitad hombre y mitad león?».
Texto 7.8.19-22: Hiraṇyakaśipu estudió la forma del Señor, tratando de averiguar quién era aquella forma de Nṛsiṁhadeva que estaba ante él. La forma del Señor, con Sus ojos llenos de ira, parecidos al oro fundido, inspiraba un enorme terror; una brillante melena agrandaba las dimensiones de Su terrible rostro; Sus colmillos eran mortíferos, y Su lengua, afilada como una hoja de afeitar, se movía como una espada en duelo. Tenía las orejas tiesas e inmóviles; Sus fosas nasales y la gran hendidura de Su boca parecían cuevas de una montaña. Sus fauces se abrían de un modo espantoso, y con Su cuerpo tocaba el cielo. Tenía el cuello corto y ancho, el pecho amplio, la cintura delgada, y el pelo del cuerpo tan blanco como los rayos de la Luna. Sus brazos, que parecían los flancos de un ejército, cubrían todas las direcciones mientras mataba a los demonios, bandidos y ateos con la caracola, el disco, la maza, la flor de loto y Sus demás armas habituales.
Texto 7.8.23: Hiraṇyakaśipu murmuró para sí: «El Señor Viṣṇu, que posee grandes poderes místicos, ha tramado este plan para matarme, pero ¿de qué Le va a servir?, ¿quién puede luchar contra mí?». Pensando de este modo, Hiraṇyakaśipu tomó su maza y atacó al Señor como un elefante.
Texto 7.8.24: Como un pequeño insecto que cae irremediablemente en un fuego y desaparece de la vista, Hiraṇyakaśipu atacó al Señor y desapareció envuelto en la plenitud de Su refulgencia. Esto no es en absoluto sorprendente, pues el Señor está siempre situado en el plano de la bondad pura. En el pasado, durante la creación, Él entró en las tinieblas del universo y lo iluminó con Su refulgencia espiritual.
Texto 7.8.25: Entonces, el gran demonio Hiraṇyakaśipu, tremendamente furioso, atacó con rapidez a Nṛsiṁhadeva con su maza y comenzó a golpearle. Pero el Señor Nṛsiṁhadeva capturó al gran demonio, junto con su maza, del mismo modo que Garuḍa atraparía a una gran serpiente.
Texto 7.8.26: ¡Oh, Yudhiṣṭhira!, ¡oh, gran hijo de Bharata!, cuando el Señor Nṛsiṁhadeva dio a Hiraṇyakaśipu una oportunidad de soltarse de Su mano, del mismo modo que Garuḍa a veces juega con una serpiente y deja que se escurra de su pico, a los semidioses, que habían perdido sus moradas y se escondían tras las nubes por temor al demonio, no les gustó nada; ciertamente, se sintieron perturbados.
Texto 7.8.27: Cuando se vio libre de las manos de Nṛsiṁhadeva, Hiraṇyakaśipu pensó, equivocadamente, que el Señor estaba asustado de su poder. Por eso, después de tomarse un pequeño respiro, tomó su espada y su escudo y atacó de nuevo al Señor con gran fuerza.
Texto 7.8.28: Con una carcajada estridente y ruidosa, la Suprema Personalidad de Dios, Nārāyaṇa, que es increíblemente fuerte y poderoso, atrapó a Hiraṇyakaśipu, que se cubría con la espada y el escudo sin dejar el menor resquicio. Hiraṇyakaśipu, con los ojos cerrados por el temor que le producía la risa de Nṛsiṁhadeva, se movía por el cielo y por la tierra con la rapidez de un halcón.
Texto 7.8.29: Del mismo modo en que una serpiente atrapa un ratón o Garuḍa una serpiente muy venenosa, el Señor Nṛsiṁhadeva atrapó a Hiraṇyakaśipu, a quien ni siquiera el rayo de Indra podía herir. Mientras Hiraṇyakaśipu agitaba sus miembros en todas direcciones, muy afligido por verse atrapado, el Señor Nṛsiṁhadeva puso al demonio en Su regazo, sujetándole sobre los muslos, y, en el umbral de la sala de asambleas, el Señor, con gran facilidad, lo deshizo en pedazos con las uñas de la mano.
Texto 7.8.30: La boca y la melena del Señor Nṛsiṁhadeva estaban salpicadas de gotas de sangre, y era imposible mirar directamente Sus fieros ojos llenos de ira. Lamiéndose la boca y adornado con un collar de intestinos sacados del abdomen de Hiraṇyakaśipu, la Suprema Personalidad de Dios, Nṛsiṁhadeva, parecía un león que acabara de matar un elefante.
Texto 7.8.31: La Suprema Personalidad de Dios, que tenía muchísimos brazos, primero arrancó el corazón a Hiraṇyakaśipu, y después arrojó el cuerpo a un lado y se volvió contra los soldados del demonio, que habían venido a miles para luchar contra Él; aquellos fieles seguidores de Hiraṇyakaśipu venían con las armas levantadas, pero el Señor Nṛsiṁhadeva les mató a todos simplemente con la punta de las uñas.
Texto 7.8.32: El pelo de la cabeza de Nṛsiṁhadeva sacudía las nubes y las dispersaba por todas partes; Sus ojos deslumbrantes despojaban a los astros del cielo de su refulgencia, y Su respiración agitaba los mares y océanos. Al escuchar Sus rugidos, todos los elefantes del mundo comenzaron a bramar de miedo.
Texto 7.8.33: Lanzados por el pelo de la cabeza de Nṛsiṁhadeva, muchos aviones salían despedidos hacia el espacio exterior y los sistemas planetarios superiores. Con la presión de los pies de loto del Señor, la Tierra parecía salirse de su posición; Su fuerza insoportable provocó el levantamiento de todas las colinas y montañas. Con Su refulgencia corporal, el Señor hizo disminuir la luz natural, tanto en el cielo como en todas direcciones.
Texto 7.8.34: Pleno de refulgencia y con un semblante terrorífico, el Señor Nṛsiṁha, muy furioso y sin hallar rivales que hicieran frente a Su poder y opulencia, Se sentó en la sala de asambleas ocupando el excelente trono del rey. Debido al temor y los sentimientos de obediencia, nadie osó adelantarse para servir al Señor directamente.
Texto 7.8.35: Hiraṇyakaśipu había sido como una fiebre de meningitis en la cabeza de los tres mundos. Por eso, cuando las esposas de los semidioses, en los planetas celestiales, vieron que el gran demonio había muerto a manos de la Suprema Personalidad de Dios, sus rostros florecieron de alegría. Desde el cielo, las esposas de los semidioses derramaron sin cesar lluvias de flores sobre el Señor Nṛsiṁhadeva.
Texto 7.8.36: En aquel momento, los semidioses, que deseaban ver las actividades del Señor Supremo, Nārāyaṇa, llenaron el cielo con sus aviones; comenzaron a tocar tambores y timbales, y, al oírles, las mujeres angelicales se pusieron a danzar, mientras los principales gandharvas cantaban con gran dulzura.
Texto 7.8.37-39: Mi querido rey Yudhiṣṭhira, los semidioses, encabezados por el Señor Brahmā, el rey Indra y el Señor Śiva, se acercaron entonces al Señor. Entre ellos había grandes personas santas; también estaban los habitantes de Pitṛloka, Siddhaloka, Vidyādhara-loka y el planeta de las serpientes. Venían también los manus, así como los dirigentes de muchos otros planetas, junto con las danzarinas angelicales, los gandharvas, los cāraṇas, los yakṣas, los habitantes de Kinnaraloka, los vetālas, los habitantes de Kimpuruṣa-loka y los sirvientes personales de Viṣṇu, encabezados por Sunanda y Kumuda. Todos se acercaron al Señor, que resplandecía con una intensa luz, y con las manos juntas a la altura de la cabeza, ofrecieron uno a uno reverencias y oraciones.
Texto 7.8.40: El Señor Brahmā oró: Mi Señor, Tú eres ilimitado y posees potencias infinitas. Nadie puede calcular o medir Tu poder y Tu maravillosa influencia, pues Tus acciones nunca están contaminadas por la energía material. Tú, por medio de las cualidades materiales, creas el universo, y, con la misma facilidad, lo mantienes y de nuevo lo aniquilas; sin embargo, permaneces igual, sin desgastarte. Por eso Te ofrezco respetuosas reverencias.
Texto 7.8.41: El Señor Śiva dijo: El momento para manifestar Tu ira es al final del milenio. ¡Oh, mi Señor, que por naturaleza eres afectuoso con Tu devoto!, ahora que ha muerto ese insignificante demonio, Hiraṇyakaśipu, protege, por favor, a su hijo Prahlāda Mahārāja, que está junto a Ti con la actitud de un devoto completamente entregado.
Texto 7.8.42: El rey Indra dijo: ¡Oh, Señor Supremo!, Tú eres nuestro libertador y protector. Tú has recuperado las partes que nos correspondían de las ofrendas de sacrificio, que el demonio nos había arrebatado y que, en realidad, son Tuyas. El demoníaco rey Hiraṇyakaśipu causaba gran terror, y debido a ello se había apoderado por completo de nuestros corazones, que son Tu morada permanente. Ahora, gracias a Tu presencia, la melancolía y la oscuridad han desaparecido de nuestros corazones. ¡Oh, Señor!, a aquellos que se ocupan en Tu servicio, que es más excelso que la liberación, las opulencias materiales les resultan insignificantes. A esas personas ni siquiera les interesa la liberación, y, mucho menos, los beneficios de kāma, artha y dharma
Texto 7.8.43: Todas las personas santas allí presentes ofrecieron sus oraciones de la siguiente manera: ¡Oh, Señor!, ¡oh, sustentador supremo de quienes se refugian en Tus pies de loto!, ¡oh, Personalidad de Dios original!, los procesos de austeridad y penitencias, en los que Tú nos educaste en el pasado, son el poder espiritual de Tu propio ser. Tú, por medio de la austeridad, creas el mundo material, que yace dentro de Ti en estado latente. Las actividades de este demonio habían acabado casi por completo con esa austeridad, pero ahora, gracias a Tú aparición personal en la forma de Nṛsiṁhadeva, destinada a brindarnos protección, y gracias a que has matado a ese demonio, has vuelto a aprobar el sistema de austeridades.
Texto 7.8.44: Los habitantes de Pitṛloka oraron: Ofrecemos respetuosas reverencias al Señor Nṛsiṁhadeva, el sustentador de los principios religiosos del universo. Él ha matado a Hiraṇyakaśipu, el demonio que disfrutó por la fuerza de las ofrendas de las ceremonias śrāddha que nuestros hijos y nietos celebraban en los aniversarios de nuestra muerte, y que bebió el agua con semillas de sésamo ofrecida en lugares sagrados de peregrinaje. Al matar a ese demonio, ¡oh, Señor!, Tú has devuelto todas esas propiedades robadas arrancándoselas del abdomen, que atravesaste con Tus uñas. Por eso deseamos ofrecerte respetuosas reverencias.
Texto 7.8.45: Los habitantes de Siddhaloka oraron: ¡Oh, Señor Nṛsiṁhadeva!, nosotros pertenecemos a Siddhaloka, y por ello gozamos de una natural perfección en los ocho tipos de poder místico. Sin embargo, Hiraṇyakaśipu fue tan deshonesto que, imponiéndonos su propio poder y austeridad, nos arrebató nuestros poderes. De ese modo, vivía envanecido de su fuerza mística. Ahora, ese canalla ha encontrado la muerte en Tus uñas; por ello Te ofrecemos respetuosas reverencias.
Texto 7.8.46: Los habitantes de Vidyādhara-loka oraron: Hemos adquirido el poder de aparecer y desaparecer de diversas maneras y conforme a distintas formas de meditación, pero ese necio de Hiraṇyakaśipu, envanecido por la superioridad de su fuerza física y su capacidad de conquistar a los demás, hizo desaparecer nuestro poder. Ahora la Suprema Personalidad de Dios ha matado a ese demonio como si de un animal se tratase. Ofrecemos eternamente respetuosas reverencias a esa forma suprema del Señor, Nṛsiṁhadeva, que ha descendido a manifestar Sus pasatiempos.
Texto 7.8.47: Los habitantes de Nāgaloka dijeron: El muy pecaminoso Hiraṇyakaśipu robó todas las joyas de nuestras capuchas, y se llevó a nuestras hermosas esposas. Como su pecho ha sido atravesado por Tus uñas, Tú eres fuente de gran placer para nuestras esposas. Juntos Te ofrecemos respetuosas reverencias.
Texto 7.8.48: Los manus ofrecieron las siguientes oraciones: ¡Oh, Señor!, nosotros, los manus, cumpliendo Tus órdenes, somos los legisladores de la sociedad humana; sin embargo, debido a la supremacía temporal de ese gran demonio, Hiraṇyakaśipu, nuestras leyes para mantener el varṇāśrama-dharma habían sido abolidas. ¡Oh, Señor!, ahora que has matado a ese gran demonio, hemos vuelto a la normalidad. Somos Tus sirvientes eternos; ten la bondad de ordenarnos lo que deseas que hagamos.
Texto 7.8.49: Los prajāpatis ofrecieron las siguientes oraciones: ¡Oh, Señor Supremo, Señor incluso de Brahmā y Śiva!, nosotros, los prajāpatis, fuimos creados por Ti para cumplir Tus órdenes, pero Hiraṇyakaśipu nos prohibió seguir generando buenos descendientes. Ahora el demonio yace muerto ante nosotros, pues Tú le has atravesado el pecho. Por ello Te ofrecemos respetuosas reverencias; Tu encarnación en esta forma de bondad pura tiene por objeto el bien del universo entero.
Texto 7.8.50: Los habitantes de Gandharvaloka oraron: Señoría, nosotros siempre nos ocupamos en Tu servicio, danzando y cantando en representaciones dramáticas, pero ese Hiraṇyakaśipu, con la influencia de su fuerza física y su valor, nos sometió a su dominio. Ahora, Tu Señoría lo ha rebajado a esa miserable condición. ¿Qué beneficio podía obtener ese presuntuoso como resultado de sus actividades?
Texto 7.8.51: Los habitantes del planeta Cāraṇa dijeron: ¡Oh, Señor!, ahora nos sentimos aliviados, pues Tú has destruido al demonio Hiraṇyakaśipu, que fue siempre una espina en el corazón de los hombres honestos; por ello nos refugiamos eternamente en Tus pies de loto, que conceden al alma condicionada la liberación de la contaminación materialista.
Texto 7.8.52: Los habitantes de Yakṣaloka oraron: ¡Oh, controlador de los veinticuatro elementos!, los servicios que nosotros realizamos para Ti son siempre de Tu agrado, y por ello se nos considera los mejores sirvientes de Tu Señoría; sin embargo, por orden de Hiraṇyakaśipu, el hijo de Diti, hemos tenido que hacer de porteadores de palanquín. ¡Oh, Señor con la forma de Nṛsiṁhadeva!, sabes que ese demonio causó grandes problemas a todo el mundo, pero ahora le has matado, y su cuerpo se está amalgamando con los cinco elementos materiales.
Texto 7.8.53: Los habitantes de Kimpuruṣa-loka dijeron: Somos entidades vivientes insignificantes, y Tú eres la Suprema Personalidad de Dios, el controlador supremo. Así pues, ¿cómo podemos ofrecerte oraciones adecuadas? Este demonio fue condenado por los devotos, que estaban hartos de él, y entonces Tú le mataste.
Texto 7.8.54: Los habitantes de Vaitālika-loka dijeron: Querido Señor, nosotros cantábamos Tus glorias inmaculadas en grandes asambleas y sacrificios, de modo que estábamos acostumbrados a recibir el respeto de todos. Sin embargo, ese demonio usurpó nuestra posición. Ahora nos has hecho muy afortunados, pues, del mismo modo que se cura una enfermedad crónica, has matado a ese gran demonio.
Texto 7.8.55: Los kinnaras dijeron: ¡Oh, supremo controlador!, nosotros somos sirvientes eternos de Tu Señoría, pero, en lugar de ofrecerte servicio a Ti, estábamos ocupados en servir a ese demonio, constantemente y sin remuneración. Ahora Tú has matado a ese pecador. Por eso, ¡oh, Señor Nṛsiṁhadeva!, amo y señor nuestro, Te ofrecemos respetuosas reverencias. Por favor, continúa siendo nuestro amo.
Texto 7.8.56: Los sirvientes del Señor Viṣṇu en Vaikuṇṭha ofrecieron esta oración: ¡Oh, Señor, que eres nuestro refugio supremo!, hoy hemos visto Tu maravillosa forma de Nṛsiṁhadeva, que trae buena fortuna al mundo entero. ¡Oh, Señor!, sabemos que Hiraṇyakaśipu era el mismo Jaya que se ocupaba en Tu servicio pero que, por la maldición de los brāhmaṇas, recibió un cuerpo de demonio. Entendemos que, al matarle, Le has otorgado Tu misericordia especial.